domingo, 20 de febrero de 2011

93.- Viñedos al sur de El Toboso (Ciudad Real)



93.- Viñedos al sur de El Toboso (Ciudad Real)

Como una imagen sado-maso. Viñedos crucificados en la linde del camino, en la carretera que va al sur, hacia Pedro Muñoz. Parecen marcar el inicio de la Tierra Prohibida, como en El Planeta de los Simios. El doctor Zairus los ha mandado colocar como advertencia. Non plus ultra. No te adentres en el territorio más allá de aquí. La frontera de lo permitido. Y la planicie desvela que es lo que hay más allá, más crucificados con los brazos encajados en el hierro guía. O tal vez sean soldados ejecutados de un ejército derrotado, como el de Espartaco después de negarse a delatar a su líder. Craso, el general victorioso, manda crucificar a los derrotados, uno por uno, junto a la calzada que les devolverá a Roma. La naturaleza es propensa a las curvas. Solo aflora la geometría y las rectas que convergen o divergen con la participación dramática del gombre.

lunes, 14 de febrero de 2011

92.- Ejemplar de almendro en Socuéllamos (Ciudad Real)


92.- Ejemplar de almendro en Socuéllamos (Ciudad Real).

Buscaba una vía pecuaria, la Vereda de Los Serranos, el punto en que será interceptada por un tendido de tubería de abastecimiento de aagua en proyecto. El lugar exacto quedaba lejos. Suelo emperrarme en encontrarlos, es una cuestión de orgullo. Pero a veces eso supone una larga caminata y el tiempo a veces escasea. Buscas un tramo de la vía que luzca en la imagen y das por bueno lo obtenido aunque el punto de contacto esté unos centenares de metros o álgún kilómetro más allá. Cuando alcancé el borde de una pequeña llanura en alto vi el árbol de la imagen. No soy experto en distinguir especies, lo cual es un pecado por mi profesión. Si el ejemplar conserva la hoja el problema se suele poder solventar. Pero en invierno los problemas son graves. A veces la hojarasca del suelo te saca del problema. Me acerqué y vi que conservaba algun fruto. Me sorprendí un tanto. Parecían almendras. Pero es que nunca había visto un ejemplar de almendro tan grande. Suelen ser los supervivientes de antiguas plantaciones frutales. Arbolitos de 4-5 metros como mucho. Este duplicaba con creces esa talla. No tenía más remedio que experimentar. Cogí una drupa y comprobé que en su interior efectivamente había una almendra. una de las cosas más divertidas del campo es comer lo que encuentras. Me llevé la almendra a la boca y, ay, estaba verde. O amarga, no sabría decir. El caso es que hice el camino de retorno al coche escupiendo sin cesar.

Comí en Sucuéllamos media hora después. Me bebí medio litro de agua en el primer ataque a la bebida. En las paredes del restaurante había pruebas fehacientes de lo crudos que pueden ser los inviernos en la zona. Fotos de las calles que acababa de recorrer completamente nevadas. Cierto que eran fotos antiguas, pero por la Mancha, por algunos de sus pueblos, no parece haber pasado el tiempo. Pude resarcirme del mal aperitivo. Comí espléndidamente por 8 euros. Los menús son lo único que ha bajado de precio en estos años.

Lo normal es que los árboles queden oscurecidos en las fotografías. La luz a través de la fronda y del cielo circundante tiende a oscurecerlos en la imagen. Pero en este caso no ha sido así. El azul intenso del cielo proporciona un marco excelente. Y esas dos estelas de aviones a reacción parecen las trayectorias relentizadas de dos proyectiles, de dos balas que se hubiera pretendido que impactaran contra su copa. Una de ellas errada, tras el gesto para apartarse las ramas. Abajo, las viñas trazan arabescos en los campos, como mensajes cifrados cuyo código hubiera que descubrir. El paisaje guarda sus secretos después de todo, aunque en apariencia no pueda ocultarse nada. También La Mancha tiene sus misterios, sus lenguajes secretos, sus palabras enmudecidas por el pudor de los campos. Sentir que lo que ves ha de significar algo. O tal vez no, pero tener la certeza de que el mensaje te ha llegado. Doy aquí acuse de recibo.

domingo, 13 de febrero de 2011

91.- Río Záncara a su paso por Socuéllamos (Ciudad Real).


91.- Río Záncara a su paso por Socuéllamos (Ciudad Real).

No es entonces, es ahora. El azul oscuro del agua hace creíble el frío de esta mañana. Entonces un sol de invierno calentaba los huesos y el esqueleto del día era robusto y estable. Hoy se oculta tras un velo de cirros y el tiempo carece de estructura y amaneza con colapsar hacia el recuerdo. Ver avanzar la corriente es como ser extranjero en el país de tu memoria. En la imagen se detiene y me proporciona un pasaporte para el olvido, pero sin visado. Te recordaba mientras recorría aquellas llanuras. Ya lo dije, nada se puede ocultar a la vista en la planicie manchega, ni accidentes geográficos ni espectros. Recordaba tu risa por cualquier cosa, tu silencio espectante de mis palabras, tus ojos tan niños que siempre hacia amago de cogerte la mano para poder cruzar la avenida de la vida. El río avanza y cuando llega a tu altura ni siquiera hace un gesto de saludo. Siempre aguardando como instalado en un puente viendo deslizarse el agua bajo nuestros pies.

No, no es en ese lugar, que recorrí hace exactamente hace una semana. Es en el país más recóndito de la memoria. En la frontera entre la noche y el día, donde te perdí. Por eso en esta mañana me siento extranjero, perplejo de no vivir la alegría y la emoción de la victoria de lograr tu olvido. Borrada del pasado en la imagen estás aparentemente ausente. Pero es un engaño. Eres tu quien no saluda cuando te cruzas conmigo en los callejones del aire. Tan grande el mundo y condenados a encontrarnos en todas las cosas. Cada detalle de la realidad es un detalle tuyo, la orografia del paisaje es la topografía de tu recuerdo. Escondida en el ánima de cada objeto, de cada personaje, el horizonte te devuelve a mis ojos como un objeto vendido y devuelto por impago. Hablo de la imagen y a ti me remito. El círculo vicioso de tu presencia. Ni en un lado ni en otro, ni en la permanencia ni en la ausencia, como una cinta de Moebius. Un desproposito geométrico. La locura que me acecha. Tus pies descalzos caminando por el agua del río, ajena a los mordiscos del frío. Este lugar, no aquel. Este momento, no entonces. Tu imagen que mi mente añade a la fotografía tratando de achicar tanta melancolía.

sábado, 12 de febrero de 2011

90.- Llanuras al norte de Pedro Muñoz (Ciudad Real).


90.1.- Llanuras al norte de Pedro Muñoz (Ciudad Real).

El paisaje de Castilla, en especial el manchego, no miente. Ciudad Real entre Pedro Muñoz y Socuéllamos podría ser el paradigma de la veracidad, de la certeza como norma. Allá donde deposites la vista nada se te oculta. Si en el norte es fácil perderse entre tanto vericueto, subidas y bajadas del terreno, vegetación en continuo avance, en La Mancha puedes anticipar tus pasos desde mucha distancia, planearlos, corregirlos. Alcanzar el río que buscas es un proceso elemental, basta con auscultar el horizonte y donde ves que se pliega la llanura sabes que discurrirá el arroyo que habrás de tomar el pulso y fotografiar. Hasta una hora he tardado en alcanzar la orilla de un rio en Galicia, después descartar el valle de los puertos de su entorno, después de hallar una senda de bajada propicia, después de luchar con la vegetación en permanente guardia. Las lindes de los ríos de Galicia están puebladas de rosales salvajes y espinos naturales, genistas de flores amarillas y tallos armados. En La Mancha todo es simple, desde kilómetros puedes adivinar tu destino y la forma de alcanzarlo. Las carreteras rectas que todos deseamos para alcanzar los objetivos de nuestro futuro. Nunca hay un modo fácil de lograr lo que buscamos, salvo en La Mancha.

Al fondo de la imagen espejea una incipiente lámina de agua. Miro el mapa pero nada me dice sobre la existencia de un posible humedal. Se trata tan solo de una zona llana en depresión respecto de lo que le rodea, que en los años particularmente húmedos, como éstos últimos, acumula algo de plata en la silueta del paisaje. Tan solo una laguna fantasma, como muchas diseminadas por ambas Castillas. Tal vez la próxima vez que vuelva el metal precioso se haya convertido en tierra seca. Por eso es importante capturar el instante, porque lo que hoy parece imperecedero mañana parecerá no haber existido nunca. El tiempo es un alquimista que muta el significado del territorio. Capturo el momento y continuo mi búsqueda. Sin oparme con engaños, porque me me encuentro en la Mancha. Tal vez solo espectros que entre tanta planicie sin obstáculos no tienen donde esconderse. La experiencia es la única riqueza que puede invertirse sin que merme.


90.2.- Llanuras al norte de Pedro Muñoz (Ciudad Real).

La misma estrategia que en Pozorrubio, aprovecho una irregularidad de la orografía para situarla en la mitad del encuadre. Siempre uso el cielo como referencia, y no solo para no renunciar a nada de antemano, sino también para mejorar la calidad de la imagen. La franja de cielo equilibra la raya del horizonte y a veces enmascara que está torcida por que ha habido déficir de pulso en la mano. Solo una franja estrecha que permita ubicar lo que está arriba y separarlo de lo que está abajo, que es donde se dirime los asuntos que importan. El cielo azul y tranquilo es completamente ajeno a lo que hoy me preocupa. Las vides hacen dibujos en el pavimento. Los cirros en la bóveda del techo. Puede que me demoré un poco más de lo que es escaso tiempo de que dispongo me permite, pero acabo de encontrar una línea de energía en la palma de la mano del día.

viernes, 11 de febrero de 2011

89.- Río Cigüela a su paso por Pozorrubio (Cuenca)


89.1.- Río Cigüela a su paso por Pozorrubio (Cuenca).

Toda la mañana estuve oyendo las descargas de los cazadores. Algún conejo y alguna perdiz huyeron despavoridos a mi paso. Pequeñas partidas de amigos en el entorno d elo pueblos diseminados por la llanura manchega. Tomé un sendero de tierra hacia el río, y a mitad de camino los vi a mi derecha, organizándose para la línea de avance. Poco después, una vez aparcado el coche junto a la orilla, uno de ellos se acercó a inspeccionar lo que hacía. De forma distraida, como si se hubiera llegado hasta mí por otras causas. Le saludé educadamente y el me devolvió el saludo. La soledad afilael sentido de la cortesía.

Los ríos siempre son fotogénicos. En la imagen quedan el azul oscuro del agua en contraste con el azul pálido del cielo. Un fresno y un chopo a lo lejos delatan el trazado del río más adelante. La corriente está inundada de espigas. Un mar de color pajizo que ocupa una pequeña isla formada por dos brazos del río. Isla de Funes es el nombre que me indica el mapa. Hay un molino cerca. Lo normal es que hubiera investigado, que le hubiera hecho alguna foto, pero la partida de cazadores exagera la prisa que ya llevo aquella jornada por lo mucho que he de visitar. Cuatro provincias. Centenares de kilómetros de tendidos de tubería. La imagen me deja tan satisfecho que ensayo 5 encuadres más.


89.2.- Río Cigüela a su paso por Pozorrubio (Cuenca).

Uno de esos encuadres borra el agua de la imagen, dejando que las espigas abarroten la imagen. El mismo fresno a lo lejos. Con variar mínimamente el punto de vista se transforma el significado de lo que vemos. Uno de los perros del cazador esta olisqueando el bajo de las perneras de mi pantalón. Decido irme. No soy grato por aquellos andurriales. me convierto en un estorbo, en un peligro. Cuando me alejo unos centenares de metros por el camino de tierra que me conduce a la carretera asfaltada oigo de nuevo el sonido de los disparos.

88.- Entorno de Pozorrubio (Cuenca)


88.- Entorno de Pozorrubio (Cuenca)

Me gustan estas imágenes sin más información que un paisaje rural, sin casi accidentes en el paisaje o detalles a los que prestar atención, sin casi narrativa. El color del terreno, su textura esponjosa. El dibujo de las llantas de un tractor sobre la tierra blanda. Quizás algún elemento para que pueda agarrarse a él la mirada y que no se pierda en el infinito. En este caso un pequeño promontorio, que sirve además de eje para la visual. El cielo tranquilo, rasgado por algunos cirros y las estelas rectas de los aviones a reacción. Poco que decir. Pero mirar en silencio no es mala estrategia. Los árboles que sobreviven a la agricultura de secano allá a lo lejos, ofrecen un contrapunto al aparente silencio de la naturaleza. Ambos en silencio, el paisaje y yo. Nos escrutamos. Tal vez saquemos alguna conclusión. Llegué, busqué una posición para el mejor encuadre, posible y, tras efectuar la fotografía, me marche de allí para siempre por donde vine. No queda impronta de mi en lo que vemos. Si el sol hubiera estado bajo a mi espalda se vería al menos mi sombra. Mi sigilo hizo imposible que quedaran huellas de mi paso sobre los terrenos pardo-rojizos. Nunca volveré a ese lugar seguramente. Tan parecido a tantos otros. Tan distinto. Hacía frío. La soledad es mal abrigo.