miércoles, 12 de septiembre de 2012

310.- Praderas del Parque del Canal (Madrid)



310.1.- Pradera del Parque del Canal (Madrid).

El Parque del Canal ocupa las cubiertas del depósito del Cuarto Depósito del Canal de Isabel II. Tiene forma de rectángulo, que puede dividirse en 8 partes, a su vez rectangulares, dispuestas en dos filas de forma simétrica de 4 rectángulos. Los 4 rectángulos centrales están ocupados por zonas de césped, con láminas de ella dentro de las praderas, lagunas de aguas muy someras, como una piel de agua recubriendo los depósitos del subsuelo. La hierba parece haber sido regada con agua reciclada y se trata de una mezcla áspera apta para el pisoteo, bien cuidada y segada. El olor a hierba cortada impregna el aire. El teoría se trata de zonas de acceso restringido. Así se hace saber con carteles y cerrando los accesos con cadenas, fáciles do sortear por otra parte. La gente hace caso omiso a la prohibición y entra en las praderas para jugar al fútbol, pasear a sus perros o, incluso, para practicar el yoga o tomar el sol como si se tratase de una piscina. La invasión es de pocas personas todavía y parece que por ahora se hace la vista gorda. En el rectángulo de césped más distante de la Plaza de Castilla vi en la distancia a una chica en bikini tomando el sol pero. Hice amago de ir a curiosear pero, tonto de mí, tu recuerdo me rondaba la cabeza toda aquella mañana y me pareció una forma de ser infiel, no ya a tí, que es dudoso que quieras ningún compromiso conmigo, salvo quizás el de una amistad, mientras tus enfados toleren tenerme cerca, sino a lo que siento por tí, que es mucho y casi todo ello subterráneo e inédito.



310.2.- Pradera del Parque del Canal (Madrid).

Leí en algún sitio... Bueno, en realidad recuerdo donde, en un número de la versión española de la revista Omni, que duró muy pocos números. Había un articulillo en aquel ejemplar dedicado a las praderas de césped. Por lo visto, a los científicos les ha intrigado siempre la fascinación que éstas ejercen sobre las personas. Hay una querencia desmesurada por ellas. Nos gusta caminarlas, tumbarnos en ellas, verlas incluso. Quien no recuerda ese momento impactante en que por primera vez ves el estadio de fútbol de tu equipo. En mi caso fue el Bernabeu. Y a la solemnidad del momento se une la desmesura en las dimensiones del rectángulo de hierba. Casi una hectárea. El momento para mi fue tan impactante como cuando vi los bosques de columnas de la Mezquita de Córdoba o el Portal de La Glora de la Catedral de Santiago. ¿Cual es la razón de esta fascinación? En la revista se apuntaba una teoría muy convincente. La mayor parte de la historia de la especie humana se desarrollo en su época como nómada cazador y recolector. Las zonas de césped nos recuerdan aquellos tiempos en que recorríamos las pastos con la casa a cuestas. Buena parte de nuestra memoria colectiva se desarrolla en escenarios parecidos a las praderas de nuestros parques y esa sería la razón de su éxito inexplicable. Lynn Margulis, la mujer del fallecido Carl Sagan, hoy día casi más conocida que lo que él lo fue en vida, tiene una teoría emparentada para explicar porque las mujeres cogen a  sus bebés con el brazo izquierdo. La contaba su marido orgulloso en uno de sus libros. También sería una reminiscencia de nuestra época como nómadas. La mujer portaría al caminar al bebé en su lado izquierdo para que se recostara sobre su pecho y al escuchar el corazón de la madre se calmara. Un sonido conocido, el único en realidad, durante el embarazo. Esta estrategia permitiría avanzar más rápido a pesar de la carga y tener libre el brazo derecho. Nuestra fascinación por los céspedes es cara. Lo era hace años al menos. Hoy las mezclas de semilla que se utilizan, gracias a los avances de la genética, son muy resistentes al pisoteo y son muy frugales en cuanto a sus exigencias de agua y nutrientes. El uso de agua reciclada abarata aun más los costos. Pero cuando eran caros tampoco nos privábamos de ellos. Es cierto que son un solaz para la vista. Mirarlos, además de ser un placer estético, tiende a calmarlos.



310.3.- Pradera del Parque del Canal (Madrid).

Me imagino a los dos tumbados sobre esta hierba charlando al atardecer. No, no es una imagen que evocara ese domingo en que visité el parque, sino ahora. Y todo deriva de la necesidad de hablarte, de que te echo de menos, de que me intriga saber si las sombras en el ocaso de ambas estructuras se alargarán hasta donde fantaseo que estamos. Poniente es la dirección a la que mira la cámara, así que las sombras de las cosas saltarán a nuestro encuentro. Nosotros podríamos tener a un niño en un cochecito. Es correr mucho, lo se, pero ya bromeamos sobre eso. Salvo por el pequeño detalle de que yo lo hablaba entonces muy en serio. Tan niña eres en tus modos que no concibo otra posibilidad que la de que seas una magnífica madre. Estamos tumbados sobre la hierba después de venir caminando desde casa. Tu estás descalza y tienes los ojos cerrados. Acaricias con los pies la hierba para sentir su frescor. Cae la tarde. Me hablas de algo que ahora no logro escuchar, mientras te miro. Hacerlo me calma, me hace sentir que todo encaja como un puzzle. Que existas y estés junto a mí es la prueba irrefutable de algo importante que tiene que ver con el cosmos. Tú repites la pregunta algo alterada y me recriminas el que no te escuche. Pero es que todos mis sentidos no son suficientes para captarte por completo. Tu enojo, lo temo tanto, lo echo tanto de menos. Te cojo uno de los pies, creo que el derecho, y tu te ríes olvidando de repente la discusión incipiente. Anoche en Madrid. Y todas las sombras al fundirse unas con las otras son incapaces de opacar el brillo de tus labios cuando mana de ellos tu risa.



310.4.- Pradera del Parque del Canal (Madrid).

La imagen está orientada hacia el norte y permite ver el edificio diseñado por Norman Foster. El pino con la copa más grande, a la izquierda de la hilera de arbolado, impide ver la estación de autobuses de Atocha, cuya marquesina si no estuviera sería visible. No es el tipo de césped al que estamos acostumbrados. Es más áspero, con flor en ciertas zonas, con algunas calvas o áreas parduzcas. Aun así, quizá sea incluso más hermoso que esos otros de un verde siempre vibrante, porque el aspecto algo descuidado les confiere cierta naturalidad. Las líneas del paso de la segadora crean sensación de avance hacia puntos concretos de la imagen. Las líneas parecen estirarse precisamente en dirección al edificio de la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid, realzando su importancia. Incluso la dirección de los cirros sigue esta tendencia.

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