viernes, 24 de agosto de 2012
303.- Cordel de la Gineta a Chinchilla (Albacete)
303.1.- Cordel de la Gineta a Chinchilla (Albacete).
Apenas una trocha, pero con nombre y con título. Un cordel de la red de vías pecuarias para el transporte de las merinas. Y casi en ningún sitio hay mejores corderos que en Albacete, salvo quizás en el mismo extremo de la red, en Extremadura. Una trocha que tal vez lleve meses sin ser transitada, a pesar de la cercanía a la ciudad, porque no hay huellas de neumáticos, ni deposiciones de animales y el trigo silvestre crece en medio del camino. Es curioso como las hierbas tienden a crecer en la mediana de los senderos cuando la vegetación comienza a reconquistar el terreno, como formando un espinazo a lo largo del sendero. Imagino que el propio peso de los vehículos, transmitido a través de las ruedas, compactan el resto del ancho de los caminos. A veces, he hecho transitar a mi vehículo donde el matorral ya empezaba a sustituir a las plantas herbáceas. Detenerse es difícil, echar pie a tierra. Es una decisión que tiende a posponerse. Cuando los tallos son duros y su ruido al golpear los bajos del coche excede lo que dicta la prudencia es momento para dar el brazo a torcer o volver por donde se ha venido. Veo que fue una tarde luminosa. Lo cierto es que apenas la recuerdo. Aunque daría lo que fuera para volver a vivir ese día. Entonces estaba acompañado, era fácil caer en el engaño de no sentirse solo. Deberíamos contentarnos con que siempre hubiera camino, aunque no con quien compartirlo. Cualquier sendero, incluso uno tan modesto como este. Puede sobrevivirse a la soledad, pero si te detienes, si no avanzas, nada distinguirá tu vida de la muerte.
303.2.- Cordel de la Gineta a Chinchilla (Albacete).
Aquí estoy, con el amor encharcándose en mis venas. Amor que no fluye, que no encuentra su camino, que ya no forma regueros y se vuelve barro en las suelas de mis zapatos. Y el sendero deja de ser transitable, ya no conduce hacia ninguna parte. Hacia el norte, hacia una llanura sin accidentes, donde los predios no tienen nombre porque carecen de atributos y unos son iguales a otros. Aquí estoy, esperando la noche, sin demasiado curiosidad por lo que traerá mañana, declinando la invitación del alba, mirando el sesgo de las sombras, calculando la amplitud de la curva a la que se aproximan mis pasos. Poniente a mi izquierda, pasado y futuro a mi espalda. Campos que fueron sembrados no hace mucho. Tierra oscura que ha de ser destripada para que de cosecha. Amor y sequía. Y en la raya del horizonte nubes que no traen lluvia.
303.3.- Vía de servicio de la LAV a Levante (Albacete).
La echo de menos. ¿Cuántas veces me habré enfadado con ella, por sus locuras y se me habrá pasado todo en cuanto la veía? Siempre llegaba tarde. A veces la tardanza excedía con mucho lo razonable, demasiado a menudo. Más de una vez me ha dejado plantado. Cuando sabía que mi enfado era grande y con razón simplemente desaparecía durante días y desconectaba el teléfono. Una tarde me tuvo dos horas esperándola en Torrejón de Ardoz y al final no se presentó. No era la primera vez ni fue la última. Cuando mi desesperación me hacía estallar y empezaba a llamarla frenéticamente por teléfono para que al menos descolgara y me dijera que no iba a presentarse, sabía que en ese momento se había esfumado toda posibilidad de acabar bien. No soy fácil de tratar. Ella tampoco. Pero ella yo quien siempre tenía que ceder. La veo en la foto con sus tenis, como los llama ella, sus zapatillas de deporte, y con su niki amarillo, y no puedo evitar sonreir. La echo terriblemente de menos, aunque ya estoy hecho a su ausencia, y hasta me he acomodado a ella. Pero lo daría todo por poder abrazarla, preguntarle como le va y escucharla.
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