miércoles, 27 de octubre de 2010



40.- Campo de maiz junto a la Carretera CA-181 (S-223) cerca de Camijanes (Cantabria)

Esta imagen siempre que la veo me hace sonreir por que me recuerda a cierta pequeña anécdota de la mili. Vale que podría hablar de otras cosas. Quizás del cultivo del maíz, cuyo incremento vertiginoso en España esta teniendo consecuencias sobre el entorno visual. Ya habrá tiempo para eso, que creo que voy a estar por aquí mucho tiempo. También podría hablar del contenido desorden del paisaje cántabro, a medio camino entre el desorden absoluto de Galicia y el orden total de Asturias. Hay más profundidad de campo en esta imagen de la que suele ser habitual en el norte, donde el terreno a menudo parece que se te echa encima, en especial si eres una persona como yo educada en cuanto a mirar en la amplitud de las dos Castillas, sobre todo en la del más al sur. Pero es esa sensación de que la casa se asoma para atisbar sobre el maiz la que despierta mi imaginación. Cualquiera diria que lleva toda la vida agazapada en el suelo, del que se acaba de levantar para comprobar al fin si hay enemigos al acecho.

En cierta ocasión nos llevaron a hacer el indio a un campo de tiro del ejército. El Cetme era solo para las guardias. Pero aquel día había que llevárselo consigo. No se a donde fuimos, a algún lugar de Guadalajara creo. Alli estuvimos jugando a la guerra toda la tarde. En un momento dado el sargento de la compañía nos desplegó a lo ancho y nos hizo avanzar en paralelo con distancias de varios metros entre nosotros. Yo ocupaba el penúltimo lugar en el extremo más alejado de la posición por donde avanzaba el sargento. Anduvimos con aire fiero y a trechos corrimos, ordenándose echar cuerpo a tierra de vez en cuando. Si entonces hubieran estado emitiendo The Unit lo más probable es que hubiera podido hacer todo aquello de forma más gallarda y con un aire más marcial. Lo que en realidad ocurrio es que aproveche la lejanía del mando en la operación para tumbarme en el suelo a cámara lenta. La última vez que nos ordenaron tirarnos de panza al suelo fue en un denso herbazal cuya talla debia rondar el metro y medio. Ahí permanecimos el tipo del final de la lína y yo un buen rato. En un momento dado le pregunté si habia escuchado la orden de incorporarse al sargento. Me dijo que no. Le dije yo que entonces habria que asomarse y atisbar por ecima del pasto por que aquello duraba sospechosamente demasiado. Me dijo que el no lo hacia por nada del mundo. Aquel tipo vivia aterrorizado evitando a toda costa meter la pata de forma desastrosa. Y motivos tenía. El caso es que me asome a mirar y vi comoa dos kilómetros a la compañia. Le grité a mi camarada de aquel día que se ivan sin nosotros, y ahí que corrimos como si nos fuera la vida en ello hasta alcanzar al resto de la tropa. Hubiera tenido gracia: “La compañía vuelve al cuartel tras las maniobras con dos bajas por causas desconocidas”. El fuego amigo de la propia estupidez. La nuestra y al del sargento. Es que era un ejército de opereta. Aun asi estuvieron sopesando la idea de mandarnos a la Guerra del Golfo, a la Infantería de Marina en pleno. Se contentaron con enviar a Marta Sánchez y a unos cuantos marineros para que le dijeran gorrinadas en sus conciertos televisados. Nada que temer por que ella era la única que tenía micrófono.

Cuando estabamos dispuestos a montar en los camiones, mi compañero de extravío se dio cuenta que le faltaba un cargador. Dios mio la que se organizó. Se lo notificó al cabo primero, y este a su vez al sargento, que se lo dijo al teniente, que a su vez dio parte al capitán, que transmitió la novedad al comandante, que a su vez se lo hizo saber al coronel. Para quien no haya estado en el ejército aclaro que las novedades se dan con la tropa en posición de firmes. “En sus puestos firmes Arrr. A sus órdenes mi teniente. Formando la compañía de seguridad con x efectivos y con novedades”. “Infórmeme, sargento”. “Se ha extraviado un cargador durante las prácticas de despliegue de la tropa”. “Entendido. Mande posición de descanso mientras me acerco al capitán a notificarle la novedad”. Así que estuvimos unos 10 minutos de reloj alternativamente en posición de descanso y firmes para que aquellos señores de caqui se fueran informando unos a otros del grave problema surgido. Menos mal que el capellán no tenía mando de tropa, ni el cocinero ni el brigada, por que sino a lo peor el ballet hubiera durado un cuarto de hora. Al llegar la noticia del problema a la cúpula de mando, ésta decidio que procedía inspeccionar el terreno para recuperar el material bélico. Quizás dos bajas humanas eran asumibles, pero no la pérdida de un cargador. Estuvimos que se yo cuanto tiempo buscando, en especial en la zona de trigales silvestres, hasta que la falta de luz hizo inútil nuestros esfuerzos. Se decidió, tras nuevamente trasmitirse por toda la cadena de mando el fracaso de la operación, embarcar en los camiones y poner rumbo a casa, es decir, al cuartel de Arturo Soria. Cuando nos subimos al nuestro vimos algo debajo de una de las tablas de asiento. Eso mismo: el cargador. Pobre muchacho, la cara de terror que tenía mientras el sargento lo alzaba en vilo agarrándole por el cuello. Trataba de mantener los pies quietos pero le pataleaban un poco como si estuviera nadando. Supongo que debería decir que me dio pena, pero está claro que la mili me hizo más malo. Las cosas siempre le pasaban a él. Y el caso es que obro de forma correcta. Pero manda webos. El mismísimo ejército de Gila. No se que hacen nuestros compatriotas en Afganistán y en el Líbano.

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