lunes, 20 de diciembre de 2010




85.- Cauce del Arroyo Urrupel, afluente del Latxaga (Lasarte, Guipuzkoa)

Segunda regla del explorador: Nunca abandones la ruta una vez encontrada. Síguela hasta tu destino sean cuales sean los obtáculos, por que todas las demás alternativas llevarán al desvarío de los pasos.

En la parte de atrás de las instalaciones, en la parte más alta de la ladera, la parcela limita con un bosquete de robles. En ese lado la verja en más baja. Me encaramo y salto sobre la hojarasca húmeda. Me adentro en el bosquecillo y salgo a lo que es un claro inmeso abierto por maquinaria pesada. Hay un todo-terreno junto al sendero que persigo. El luego me dirá que no, pero dormita con la cabeza recostaba sobre el regazo. Saludo en voz alta y se despierta. Me hace señas para que permanezca quieto y se acerca conduciendo el vehículo. Me explico y descubró en el un aliado. Mientras me lleva a donde quiero ir me descubro locuaz y comunicativo. En Madrid puedo llegar a ser un ermitaño sin palabras. Pero en los viajes mi discurso se vuelve fluido, lleno de intenciones, comunicativo. Los caminos están mal, llenos de barro. El todo-terreno avanza con dificultad. A nuestra derecha queda un sendero embarrado que sospecho que es el que me llevaría a mi destivo. Pasamos de largo y subimos una ladera empedrada. Hay un lugareño, bastón en mano, con más edad que los dos que transitamos en el vehículo, pero que trepa como si tuviese pezuñas de capra hispánica. Mi improvisado aliado me explica que no se ha sentido con fuerza moral para prohibirle el paso. Le replico que no se pueden poner puertas al campo. Pasé un año entero de mi vida haciendo guardias militares y me consta que la mayoría de las prohibiciones son solo para quien quiera cumplirlas. El resto para quienes les arredren los supuestos castigos. Si no hay voluntad de obedecer ni miedo a las represalias las leyes se vuelven musgo, mera apariencia sobre la corteza de las cosas.

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