viernes, 18 de mayo de 2012
279.- Valle del Río Deba (Álava)
279.1.- Valle del Río Deba (Álava).
De repente he recordado la nieve. Y es un comienzo. Porque no tener memoria de las cosas sucedidas asusta. Preocupa que la vida pese tan poco en la memoria, la vida propia, que apenas haya recuerdos para explicar esta perplejidad permanente que es la existencia. Más imágenes que palabras, porque las explicaciones rara vez son convincentes. Recordarlo todo tal vez sería doloroso, lo que perdimos, lo que se alejó de nosotros porque no lo merecimos. Pero el pasado es como una bandada de pájaros que vuela lejos sin que podamos evitarlo. De repente he recordado la nieve, el temporal, las carreteras cortadas. La A-1 que une Madrid con el País Vasco es la que primero sufre las consecuencias cuando la Península es azotada por un temporal. Viajé al día siguiente de que dejara de nevar. Eso creo, porque tal vez fuera en otro trabajo. No siempre las cosas están claras. Ni siquiera en el presente. A veces te miro a los ojos y ni siquiera se si eres real, si yo lo soy para tí, de donde mana tanto amor que parece no ir a ninguna parte. Había un rastro de nieve en el valle, y lo seguí como un sabueso en busca del invierno. A veces la primavera llega demasiado pronto, a veces pasa de largo y se olvida de llevarte consigo hacia el verano. Era marzo y el frío daba al aire una consistencia de cristal. Cristal mellado que arañaba mis mejillas. Frío y soledad se complementan. El río Deba era una trinchera llena de agua que serpenteaba por los prados verdes. Bosques de pino radiata siempre vivos y de roble con las frondas desnudas. La nieve y lo oscuro de tus ojos. Lo he recordado y por un momento he podido sobrellevar con más ánimo la carga del presente. Momento: 12 de marzo de 2004.
279.2.- Valle del Río Deba (Álava).
El bosque parece arcilla, del color del barro cocido. Ya no trato de recordar sino de interpretar las imágenes. Es el color de la hojarasca en el suelo, el resplandor de la luz sobre las hojas muertas. Unos charcos de nieve subrayan la montaña justo en la base de su cumbre. Supongo que no es casualidad. La nieve, el frío y sus consecuencias, perduran en el fondo de los valles, con más tozudez cuanto más abajo, porque el aire frío pesa más que el cálido sobre los hombros del terreno. El frío de tu palabra, el no quererme ver nunca más. Tú y yo sabemos que lo merezco. No te aporto nada. A veces soy distracción y a veces estorbo. El amor no es la absolución de los pecados. Ni siquiera me cura de la ira. Las torpezas son fallos que se cometen a sabiendas, aunque los creamos fortuitos. No habrá mañana, solo bosques de arcilla en un paisaje de invierno. Los estragos de la nieve. El roce de tu mano. La angustia de no saber si escuchas mis palabras, si te importa conocerlas. El muérdago de los robles rescata al bosque de su letargo de malvas, carmines y rojos apagados. Hay un camino al pie de la montaña. Siempre hay senderos en el valle, pero muy pocos te conducen a las cumbres. No te merezco y eso es algo para lo que no existe consuelo.
279.3.- Valle del Río Deba (Álava).
El precio de la libertad, de volar solo, es dejar de ser una referencia en el paisaje. Asomado al precipicio de la montaña en el cielo inmenso las rapaces casi nunca llenan una imagen. Son detalles en los que apenas se repara. Viajo cuando trabajo sin un zoom en la cámara de fotos igual que viajo por la vida sin cámara de resonancia para los detalles que importan. Lo relevante queda marginado y si el punto de vista es el de otro me convierto en el quinto en discordia, en testigo de lo que a otros suceden, en contrapunto, en una opinión a valorar pero que no deja de ser la de alguien que no es protagonista. Colgada sobre los pinos, la rapaz despliega sus alas grandes para planear sobre su territorio de caza. Lo veo si amplio la imagen hasta que se convierte en un mosaico de teselas. Su nido es posible que se sitúe en la copa de alguno de esos pinos. Son árboles para pasta de papel, de crecimiento solo algo más lento que el de los chopos. En el País Vasco se plantan pinos radiata en pequeños bosquetes, ocupando las laderas en torno a los caseríos, como si fueran un cultivo. En puridad se trata de un cultivo forestal, un bisness que los ingenieros agrónomos discuten a los ingenieros de montes. Demasiado ordenado y lucrativo para dejarlo en nuestras manos, que solo nos manejamos por conjeturas y directrices que parecen más deseos de creyentes que certezas científicas. Un pino silvestre puede tardar 120 años en ser apeado para aprovechar su madera desde el momento en que se planta. Un chopo o un radiata tienen un plazo de aprovechamiento a escala humana. Doce o quince años son suficientes. Cuando trabajas para que otros aprovechen tu esfuerzo, gente que tal vez aun no ha nacido, sabes que no habrá recompensa para los aciertos. Podría haberlo para los errores porque sobrevienen mucho antes.
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