viernes, 27 de mayo de 2011

101.- La Casilla (Lugo)



101.- La Casilla (Lugo).

La Casilla es una pequeña agrupación de casas, quizás algo más de media docena, situada en la margen suroeste de la Carretera N-VI, a pocos kilómetros de Lugo. La cortina de piedra caliza que delimita la parcela a la izquierda del camino, los propios materiales de las edificaciones, nos indican la rusticidad del lugar, a un tiro de piedra solo de la capital provincial. Es una isla de ruralidad en mitad de la marea urbana que se extiende en círculos al modo de una onda expansiva de la explosión. El Orense la transición entre la ciudad y su entorno era más suave. El lugar, tal vez por la influencia de la A-6, esta transición tiene problemas de equilibrio territorial.

Recorrer un sendero al azar en Galicia es una aventura. El horizonte siempre está oculta tras una arboleda o de una colina. No dejo la orilla de la carretera para no deslizarme hacia el extravío. Con un mapa en la mano como si fuera un salvavidas puedo nadar sea cual sea la profundidad del caos geográfico. Pero prefiero permanecer donde hago pie y el territorio me resulta coherente. Ante mi la agrupación de casas, con los árboles de la parte trasera de la edificación principal que acaban de echar la hoja, un almendro y un castaño quizá. Se que la fachada delantera mira a la N-VI desde su misma margen, y que si cruzo la calzada de esta vía en perpendicular accederé a un camino entre bosques de robles que me llevará a un puente sobre la Autovía del Noroeste. Lo tomaré después para traducir el tiempo en distancia. La unidad de medida de los viaje no esta clara cuando estamos lejos de nuestras referencias habituales.

Me acuerdo de Carolina, que vive donde la lluvia es cálida al contrario que en Galicia. Traté de explicarle muchas veces que aquí los bosques crecen desmesurados donde casi siempre hace frío y la bruma la trae lo desapacible de la mañana y no la humedad de la calorina de la tarde. Esa mañana me hice una foto para enviársela por el messenger. Conozco perfectamente sus rasgos morenos, delicados y aniñados, la forma en que sonríe, su expresión cuando se sorprende, el peso de sus cejas cuando se enoja, pero ella no puede ponerme cara. No me gusta exhibir mi fealdad, pero se lo que se trata es de hacer lo justo. Por la noche la llamaría por teléfono y hablaría más de una hora con ella para volver a experimentar esa paradoja cruel de sentirse piel con piel junto a alguien que está en el otro lado del planeta.

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