miércoles, 20 de junio de 2012

290.- Puerta de la Reina Mercedes (Parque del Retiro - Madrid)



290.1.- Avenida Menéndez Pelayo (Madrid).

Mis abuelos maternos tenían una casa en la Avenida Menéndez Pelayo. Era un piso enorme. Tanto que si te asomabas al pequeño patio de vecinos la ventana de enfrente era la de otra habitación de la casa. El piso daba completamente la vuelta en redondo al patio. El ascensor era de aquellos antiguos con puerta interior corredera y las escaleras y descansillos de madera que crujía al caminar sobre ella. La casa era de renta antigua. Creo recordar que pagaban un alquiler de 25 pesetas al mes. Algo absurdo, pero así eran aquellos tiempos. Parecía un museo porque estaba llena de cuadros, porcelanas, relojes, muebles de época y antigüedades. Una de las fachadas daba a la avenida y al Parque del Retiro. La terraza era casi un mero mirador enrejado, delo tamaño justo para asomarse, pero las vistas merecían la pena. En realidad pocas tan hermosas como aquella. Madrid tiene déficit de vistas. Las que dan al parque sean quizás la mejoras, las únicas durante mucho tiempo. El portal de mis abuelos era uno de los de la acera de la derecha. El edificio alto del fondo de la avenida es la Torre de Valencia, el mismo que destroza la perspectiva de la Puerta de Alcalá desde la Cibeles, que es lo que lo hizo célebre, para mal. Rascacielos de cuando el cemento era el material pro excelencia, antes de la llegada del aluminio y el vidrio. La altura de los pinos de la acera izquierda delatan la presencia del Parque del Retiro. Árboles quizás centenarios, de elevado porte y copas casi perfectas, bien cuidados, mimados por los equipos de jardinería. Más problemático es atender a las necesidades de los ejemplares del arbolado urbano de aceras y plazas. Madrid es la capital de Europa con mayor número de árboles de Europa. Plantarlos es una obsesión que heredan los alcaldes, lo cual agradezco. No lo es tanto su correcto cuidado.



290.2.- Puerta de la Reina Mercedes (Parque del Retiro - Madrid).

La verja del Parque del Retiro comenzó a construirse en 1865, en tiempos de Alfonso XII. A medida que se construía se creaban también diversas puertas a lo largo de su perímetro. La puerta de la Reina Mercedes se sitúa enfrente de la Calle Ibiza y permite el acceso desde la Avenida Menéndez Pelayo al Paseo de Panamá de la red de camino del parque. Se trata de una puerta modesta. No hay desnivel entre el recinto interior y la calle, como ocurre en otras puertas, donde son necesarios tramos de escaleras. La Reina Mercedes fue la mujer del rey Alfonso XII. Se caso con apenas 17 años tras un flechazo y murió poco después, tras apenas 5 meses de matrimonio. Historia romántica, en el doble sentido del término, que inspiró la película "¿Dónde vas Alfonso XII?", protagonizada por Paquita Rico y Vicente Parra. El título hace referencia a la copla que cantaban las niñas al jugar a la comba:

«¿Dónde vas, Alfonso XII,
dónde vas triste de ti?
Voy en busca de Mercedes
que ayer tarde no la vi»

Al no haber sido madre de rey y no tener derecho por tanto a ser enterrada en el Panteón de Reyes del Monasterio del Escorial, el monarca, con el fin de darle una sepultura digna de una reina, decidió emprender la construcción de una Catedral en Madrid, junto al Palacio Real, en cuya iglesia descansan sus restos desde el año 2000. Curiosamente la calle en la que vivo también está dedicada a esta reina efímera. Momento: 5 de febrero de 2008.



290.3.- Paseo de Panamá (Parque del Retiro - Madrid).

Sobre las antipatías entre madrileños y barceloneses, y me refiero solo a los habitantes de Barcelona, porque la mayoría de las veces que alguien dice "aquí en Cataluña" se trata de un tipo de Barcelona hablando estrictamente sobre asuntos de su ciudad, tengo una historia curiosa. Uno de mis mejores amigos se casó con una catalana de la Ciudad Condal. Noviazgo complicado, pero apasionado, que se desarrollo en fines de semana, con viaje alternos de uno u otro a la otra ciudad. Ella se vino a vivir a Madrid tras la boda, a la que yo no asistí por estar en la Mili. Lo cierto es que pude haber pedido permiso, y es posible que lo hubiera obtenido. Pero no quise. No quería ir a la boda, como no quiero ir a ninguna. A ningún acto social en realidad. Sufro de una aversión casi insoportable a las reuniones multitudinarias. Más si son de gente que conozco. Sería largo de explicar. Más aun convencer a la gente de que es verdad lo que cuento. Siempre digo bromeando que no concibo peor pesadilla que mi propia boda, siendo el centro de atención de un montón de personas. Y siempre que lo digo me contestan que nadie se iba a fijar en mí, porque en las bodas todos los ojos se dirigen a la novia. Y yo me río de la broma, disimulo como puedo el ridículo que siento al haberlo confesado. Lo que quiero decir es que hice esfuerzos por ir a la boda porque trato de evitarlas todas. No había nada personal en ello. No desaprovaba a la novia, aunque es cierto que nunca nos caímos bien. Un día que fuimos a cenar a su casa, y que hubo que probar el consabido "pan amb tumaca", le oí decir a aquella chica que andaluces y extremeños eran unos vagos que vivían a costa de los catalanes. Una versión censurada para la ocasión, para no insultar a las otras 4 personas presentes, incluyendo a su marido, de aquello de que solo los catalanes tienen valía y el esto de los españoles no servimos para nada. Le hice saber, porque la chica tuvo mala pata, que mi padre había nacido en Badajoz y que estaba seguro que era más trabajador que el suyo, sin conocerlo. La cosa acabó mal, aunque con mucho derroche de diplomacia. Me convertí en persona non grata por cerril, y a partir de ahí se me recriminó mi actitud siempre que venía a colación. Debo decir que aquello no surgió de la nada. Aquella chica tenía como tema de conversación recurrente lo horrible que era Madrid. Era constante su empeño en convencernos de lo infelices que éramos viviendo aquí. La gente de fuera cree que los madrileños no queremos a nuestra ciudad. Craso error. No la cambio por ninguna de España y las conozco casi todas. Aquella aversión a lo madrileño se disimulaba indicando que el desagrado era por todas las ciudades grandes en general, pero elogios de Barcelona le oí unos cuantos. Un día, antes de la boda, a los pocos días de conocerla, paseábamos junto al Retiro por la Avenida Menéndez Pelayo. Nos paramos ante una de sus puertas, puede que la de la Reina Mercedes. Entonces hice un sincero acercamiento a ella y me ofrecí a enseñarle el parque. No era/es mala chica, solo alguien con fobias. Pero el terror en aquellos ojos ante la idea de que tal vez conociese algo de Madrid que le pudiera gustar fué casi cómico. Es una actitud más habitual de lo que parece. Se aplica a lugares, colectivos y personas concretas. Muchas personas son reacias a conocer lo que sus prejuicios señalan como negativo para no encontrarles virtudes y tener que desdecirse. En mi descargo diré que soy persona con muchos prejuicios, pero dispuesta a cambiarlos. Nunca fuerzo esas situaciones. Conozco Barcelona y me gusta. Estuve a mis anchas las veces que la visité, que no han sido pocas. Pero ella no quería traspasar la puerta del parque y no sabía que argumentar para evitarlo. Ante mi insistencia, que fue mucha, la cosa adquirió tintes melodramáticos. Miraba a su futuro marido, su novio entonces, pidiendo socorro. Al final se concluyó que amenazaba la tarde con levantarse fresco y íbamos todos desprovistos de chaquetas. La idea se le ocurrió a él, claro, porque ella se quedó bloqueada. Desde entonces en mi memoria la situación se dibuja con la imagen de esta chica agarrada a la verja del parque, histérica por el miedo al Parque del Retiro, y a mi mismo tirando de ella por la cintura para arrancarle las manos de los barrotes y hacerla entrar, como una escena de dibujos animados. Esta actitud, en mi opinión, es muy común en barceloneses, a los que muchas veces he oido despotricar de Madrid sin conocerla. Al final el matrimonio acabó viviendo en Castellón, lugar neutral. Y las pocas veces que mi amigo nos visitaba, casi sin querer, me informaba tras el saludo, lo incómodo que se sentía. ¡Ay, Dios mío, le había lavado el cerebro! Para terminar diré que el tercero del grupo, porque eramos un trío de amigos que nos conocíamos desde hacía muchos años, si que era anti-catalán. De raigambre, con solera. De él aprendí el mote de "catalinos", que prefiero no explicar. Sin embargo, el catalanofobo oficial era yo porque solo yo me enfrentaba a las fobias de la mujer de mi amigo. En fin, da igual.

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