lunes, 31 de octubre de 2011

212.- Iglesia de San Pedro de Berdoias (Vimianzo - La Coruña)



212.1.- Iglesia de San Pedro de Berdoias (Vimianzo - La Coruña).

El verde de los prados en pleno septiembre. El musgo en las piedras con las que se construyeron las iglesias. En Galicia el corazón siempre está situado en umbría. La luz de verano a menudo parece la de un sol de invierno. Sin duda el mejor, porque calienta poco a poco, hace que la brisa sea una caricia en la cara y derrama calma donde toca. es un sol que es el preludio de la lluvia, que tal vez dibujará un arcoiris en el dorso de la mano del cielo y relámpagos de tormenta en su palma allá a lo lejos. La piedra envejecida por el clima, la torre barroca, que tiene un aire, es como un eco lejano del Obradoiro de la Catedral de Santiago, la valla también de granito que delimita un recinto minúsculo. Porque en Galicia el territorio se fragmenta en minúsculas propiedades. Y hasta Dios anda en espera de una concentración parcelaria que reordene sus dominios. Hay un sauce a la derecha de la fachada y un plátano a la izquierda que guardan el mismo silencio que la campana. Un silencio que será roto en las horas de misa o en las que sople el viento que camina desde las montañas.



212.2.- Iglesia de San Pedro de Berdoias (Vimianzos- La Coruña). Detalle de la fachada.

San Pedro preside desde una hornacina en la fachada la iglesia. El blanco del mármol de la imagen casa con el de los líquenes que manchan el paramento de granito. Un ramillo de hiedra surge de la nada sin que parezca haber explicación posible. Es vida vegetal sin sustrato. Como la fe tal vez, que germina, crece y se ramifica allí donde la esperanza no parece razonable. Creer en Dios o en tí, en que amarte tiene sentido, un recorrido en el futuro, es tarea de crédulos, esforzados o profetas. Solo se que ahora mismo pido a San Pedro que me abra las puertas de Cielo, que use su llavero, que parece el que usa un titán cuando sale de casa, para franquearme el acceso a tu presencia.

La ingenuidad del románico, y de los estilos artísticos que lo imitan, es un placer visual. Recuerdo como le entusiasmaban a mi padre esas fachadas profusamente recargas de imágenes de catedrales, palacios y colegiatas, siempre con algún detalle que te arrancaba una sonrisa. Las lentes de un monje. Un demonio con aspecto de peluche. Una flor junto a una calavera. Siempre dibujados con trazos sin malicia que incitan a la ternura. le gustaba llevarnos a ver piedras, como él decía. Ni una sola iglesia quedaba sin visitar cuando se llegaba a un pueblo. Le entusiasmaba el románico y, sin embargo, odiaba con pasión los comics. Con el correr de los años he llegado a ver este hecho como una contradicción. Nos inculcó el hábito de la lectura por emulación. Leíamos por que el lo hacía, por que mi casa rezumaba de libros, que periódicamente había que empaquetar para hacerlos viajar al olvido de los camaranchones. Pero nunca hizo discurso. Solo demostró muy de vez en cuando su desagrado por los tebeos, que le parecían lectura impostada, pero que nunca nos prohibió. Solo era su parecer. De hecho siempre interpretaba mi papel, el que intuia que podía ser más efectivo, cuando iba con él al kiosko. Unas veces era el niño sufriente que necesitaba la alegría de un tebeo para sobrevivir a la amargura. Otras el niño angelical que reclamaba su premio. Tal vez pedía otras cosas antes que sabía que me iban a negar para ir cargando de culpa su conciencia. Rara vez amenazaba con desatar la tormenta si no era atendida mi petición. En mi época los padres no se dejaban chantajear, tenían la lógica y el sentido común de su parte. El caso es que a veces obtenía mi ejemplar de Batman o Dare Devil.

Nunca entendí su rechazo por los comics. A veces sorprendo en Milo Manera un remanente del estilo de Boticelli. Su obra "Historia de Anastasio de Degli Onesti" del Prado es claramente una tira de comic. Una dominical por ser a color y el mimo y el detalle en el acabado del dibujo. Si la obra tuviera unos bocadillos con los diálogos de los personajes no serían incongruentes y todos saldríamos ganando. Y que decir del románico cuando se las tenía que ver con figuras. Su modelado del mundo tenía el espíritu de Walt Disney. Por eso a medida que lo he ido meditando con los años entiendo menos su aversión. Tal vez tenía miedo de que nos quedáramos en lo fácil, en el primer escalón de las puertas del cielo, sin sospechar que el fue nuestro San Pedro para poder acceder a este otro paraíso de la lectura. Tal vez tenga mano ahora en el que tu representas, tal vez alguna de sus llaves abra una vía en el muro hacia tu corazón.



212.3.- Cruceiro de Berdoias (Vimianzo - La Coruña).

Cruceiro, o crucero en Castellano, significa cruz de piedra. Se trata de un elemento típico del paisaje de Galicia, donde son miles las instaladas, sobre todo en la entrada de los pueblos y encrucijadas de caminos. Es raro acudir a Galicia y no ver uno. Los modernos no desmerecen a los antiguos en cuanto a belleza. Porque se siguen instalando, al igual que los hórreos, a veces con fines meramente decorativos. Su significado no está del toso esclarecido. Hay quien dice que su misión es meramente devocional. Hay quien les atribuye una misión de protección de los caminos, de sus usuarios frente a los peligros que acechan a las almas. Lo maligno se oculta en el bosque.

El de Berdoias es un crucero hermoso. Está situado en un pequeño prado situado junto a la iglesia de San Pedro, ante su fachada. Si se curiosea en internet la imagen que se encuentra casi siempre muestra la otra cara del crucero. No sabría decir porqué fotografié este otro lado, pero imagino que fue por evitar la aparición de la iglesia al fondo y así obviar que se trata de dos elementos estrechamente relacionados, que pueden documentarse gráficamente con una sola imagen que muestre a ambos. En otras palabras, pierdo una de las fotografías del reportaje y he de buscar otro objetivo.

En el otro lado del crucero el remate superior es un cristo en la cruz. En el que vemos es una piedad, muy hermosa por cierto, la que nos mira desde arriba, con sus rodillas marcadas bajo el vestido, su forma de agarrar al cristo muerto como si fuera un bebé, la expresión de tristeza en el rostro perfectamente clara a pesar de lo esquemático de la escultura, y ese brazo del yacente cayendo cuan largo es para evidenciar la ausencia de vida, la gravidez extrema que trae la muerte. Un cristo enbigotado que tal vez duerma. Eso quisiera pensar su madre. La pasión de Cristo es exacerbadamente humana, con personajes de carne y hueso, a veces emborronados por los tabús religiosos y las inconveniencias doctrinales. La de Cristo es la historia de un hombre. Y los hombres mueren. De ahí la necesidad de su pasión, aunque exija culpables cuando se buscan una redención colectiva, una de sus principales contradicciones, y que exige ese "perdónales, padre, porque no saben lo que hacen" para equilibrar resultados con objetivos. Los practicantes de otras religiones no lo entienden, que hace un dios clavado en una cruz. No creo que sea tanto demostrar que Cristo superó a la muerte. Logro que ningún otro hombre consiguió jamás. Ni conseguirá, porque está en nuestra naturaleza ser mortales. Lo que le señalaría como un ser por encima de nosotros. Aunque también es esta una idea que se trata de propagar, está claro. Creo más bien que el significado primordial es mostrar que Cristo compartió nuestro destino, que fue hombre hasta sus últimas consecuencias, con las alegrías y tristezas que supone serlo. Por eso no entendí en su día el escándalo originado por la versión cinematográfica de la novela de Kazantzkis  "La última tentación de Cristo", que solo lo mostraba en otra faceta humana, la del amor conyugal, tremendamente casto y, además, al que renunciaba para encarar un destino más alto. ¿Qué tiene más mérito, ser inmune a la tentación o superarla por amor al prójimo? Un dios que muere y vence a la muerte, humano y al mismo tiempo poderoso, me parece un reclamo difícil de desoir. Y expuesto de esta manera tan dulce, en un crucero, motivo suficiente para recrearse durante un rato en su contemplación.



212.4.- Cruceiro de Berdoias (Vimianzo - La Coruña). Detalle del remate superior.

En la imagen de detalle salen a la luz las cicatrices del tiempo. Las manchas de líquenes en la piedra. Como las inclemencias del tiempo han suavizado y achatado los relieves, los han borrado en parte. No se trata de una tarea sencilla cuando se trata de granito. La lluvia lame con facilidad la piedra caliza, pero el granito requiere tiempo. Lo cual puede ser indicio de la antigüedad del crucero. Hay algo de verde en la base del remate que no parecen musgo, y el óxido de la argolla con la que se ha reforzado su unión al fuste se ha extendido hacia abajo. En los rasgos de la cara de la Virgen se evidencia más el peso de la muerte que en el rostro de su hijo. Podría ser un efecto de ese desgaste de la piedra lo que ha hecho asomar la calavera que quedaba oculta detrás, la que ha acentuado las cuencas de los ojos, pero parece más bien obedecer a la intención del artista, que quizás ha querido expresar con este detalle el concepto de co-pasión, de la participación de la madre en la pasión del hijo, en su sufrimiento, en su muerte parcial. Se trata de un concepto medieval que acentuaba el papel de la Virgen en el drama y en sus consecuencias, al que se añadía el de la co-redención, convirtiendo a María en protagonista de la redención del hombre.

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