sábado, 4 de junio de 2011

111.- Entorno de Cornago (La Rioja).



111.1.- Entorno de la carretera entre Cornago e Igea (La Rioja).

Entre Cornago e Igea discurre una carretera que atraviesa paisajes un tanto torturados, donde la vegetación natural es solo de matorral, cuando no ha sido sustituida por los cultivos en secano, como esas parcelas con arbolillos que pueden verse al pie de la ladera en la imagen, y que no son otra cosa que cultivos de almendro. La Rioja tiene muchos  paisajes de este tipo, difíciles para paladares exigentes. Esas montañas totalmente cubiertas de viñedos, hasta sus cumbres, que bordean la autovía a Logroño nunca se me borrarán de la retina. Aquí solo algunos almendrales rompen la visión descarnada de los suelos cubiertos de vegetación herbácea o de matorral ralo, donde el amarillo de las genistas es el único toque frívolo, la única concesión a los pusilánimes. El almendro es un árbol hecho a la miseria, a la pobreza del suelo y la ausencia de agua. Su frugalidad le permite incluso sobrevivir a la agricultura. A menudo ves en la España más árida ejemplares asilvestrados cuyos progenitores vivieron alguna vez en una parcela roturada de terreno. Es lógico que el turrón sea un clásico de la cocina española. Nuestro pasado árabe y la resignación del almendro lo explican.



111.2.- Entorno de la carretera entre Cornago e Igea (La Rioja).

El entorno de la pequeña edificación es como un oasis verde en mitad del gris y el ocre. Unos cuantos almendros y un cultivo herbáceo probablemente en regadío. Tenía que buscar el valle del arroyo Regajo, al sur de Cornago. Mi mapa me decía que era el que discurría en paralelo a aquel porque había sido trazada la carretera. se trataba de subir la ladera que flanqueaba por el sur la vía hasta su cumbre y dejarme caer hacia el otro lado. Tenía muy fresca en la memoria una de las veces en que mi coche había quedado varado en una trampa de un camino de tierra, con las ruedas sin poder pisar el suelo, sin tracción, y me habían tenido que socorrer remolquándome con una furgoneta. Así que no quise tomar el camino de tierra que me conducía a mi destino, un punto donde se iba a construir una pequeña presa a expensas del arroyo, para convertir aquellos secarrales en campos agrícolas de regadío, por si había sorpresas que me arruinaran el día de trabajo. Deje el coche junto al asfalto y comencé a trepar monte arriba. Vale, las fotos hacen que el esfuerzo mereciera la pena, pero cuando ya llevaba una hora ascendiendo, o más, con la lengua fuera y sin adivinar todavía la cumbre, decidí que prefería el riesgo de un camino de tierra al de morir de sed un caluroso día de mayo en mitad del desierto riojano. Descendí al trote lo subido y trepé esta vez con el coche. Una carretera cojonuda, por cierto, aunque fuera de tierra.

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