sábado, 4 de junio de 2011

113.- Ubicación actual de la presa del arroyo Regajo (Cornejo - La Rioja).



113.1.- Ubicación actual de la presa del arroyo Regajo (Cornejo - La Rioja).

Se trata de cerrar el cañón con un muto y dejar que se forme un embalse con ese pequeño hilo de agua. Últimamente las presas han caído en desgracia, los ecologistas las consideran anatema. Y, claro, a los agricultores que ven la posibilidad de salir de la pobreza que les argumenten que su prosperidad va en contra del medio ambiente les cabrea bastante. El resultado del desapego de la tierra es la despoblación del interior de España. ¿A la gente de la ciudad que más nos da si no vivimos allí? En realidad, a mejor irán las cosas si desaparece el hombre y la naturaleza toma su lugar.

Hay una explotación agropecuaria en el encuadre, junto a la curva del camino. Unos establos cerca del río y un almendral. Algo más allá las ruinas de un antiguo aprisco para el ganado. Todo quedará bajo el agua. Estamos en mayo y aun escurre algo de caudal. Apenas un hilo. Regular los recursos, poder almacenarlos para épocas de escasez es el primer paso hacia la civilización. Pero con los ecologistas no hacemos otra cosa que desandar camino.



113.2.- Ubicación actual de la presa del arroyo Regajo (Cornejo - La Rioja).

Vista contraria a la anterior, desde la construcción agropecuaria. Es el final del valle, lo que será aguas abajo de la presa. Las laderas del valle son casi verticales algo más allá del recodo del río que se ve en la imagen. Todos los árboles que veré en esas horas de trabajo estarán ahí concentrados, Chopos, fresnos, alisos y algún enebro en las laderas escarpadas. Los almendros parecen cuidados. Seguramente la explotación sigue en activo, aunque no haya ganado a la vista.



113.3.- Cauce del Arroyo Regajo a la altura de la futura presa (Cornejo - La Rioja).

Y el arroyo, ajeno a todo, sigue fluyendo, caminando casi de puntillas. En algún lugar que no logro divisar el caudal se acelera, quizás en un desnivel, y oigo canturrear al agua al golpear en las piedras. Saltan las ranas a mi paso. Camino por el lecho del cauce. Mojo mis botas de montaña, ese suplicio auto-impuesto. Un par de zapatos no me duran nada en un día de campo. Unas zapatillas no me sirven para vadear los arroyos y los ríos. Así que vivo sujeto a esas botas hechas para escalar, para afianzar los tobillos y retar las corrientes fluviales. Las llevo siempre en el maletero del coche. Ni siquiera las subo a casa. Son una herramienta de trabajo. En cierta ocasión, no recuerdo donde, me descalcé y las tenía empapadas, menos por dentro. Era invierno. Las metí en una bolsa para evitar en lo posible que mancharan el maletero. La siguiente vez que las use, tal vez una semana después, había crecido hierba en los empeines. Parecían esos saquitos con caras pintadas en la arpillera que contienen semillas y que si se mojan simulan que al personaje dibujado le ha crecido el pelo o la barba,

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