viernes, 9 de diciembre de 2011

235.- Soto en Cameros (La Rioja)



235.1.- Río Leza a su paso por Soto en Cameros (La Rioja).

Dos kilómetros aguas abajo de la presa de Terroba se sitúa la localidad de Soto de Cameros, sin duda el pueblo más hermoso de los que vi en el valle del Leza. Su disposición a ambos lados del río, la tranquilidad y, a pesar de ello, los síntomas de actividad, de estar habitado aun en pleno invierno, lo cuidado de sus casas y el maquillaje de la niebla, que le daban sortilegio, influjo sobre el subconsciente del observador, misterio donde nada realmente sorprendía a la vista, me convencieron en seguida de que era la modelo ideal de aquella mañana. Que me perdonen los vascos que lean esto, pero la disposición irregular de las ventanas en la fachada que da al río de la casa encalada de la izquierda me recuerda a los caseríos de allí. La escollera se camufla con el río, parece una continuación más ordenada de su lecho, y ese ribete verde y rojo que le dan las plantas que crecen sobre la piedra en la parte superior ayudan a su total integración. Las escolleras a veces son recubiertas de tierra vegetal para facilitar su colonización por la vegetación, a veces acelerada incluso con el semillado de herbáceas. La niebla desubica el cielo, que parece situarse en todas partes. No solo es el telón de fondo sino que se proyecta hacia el espectador. Está delante y detrás de los chopos que flanquean la corriente, se recorta en el filo de la montaña y se derrama ladera abajo.



235.2.- Río Leza a la altura del Puente del Molino (Soto en Cameros - La Rioja).

El nombre se debe a la existencia en otro tiempo de un molino para la fabricación de harina junto al río. Aunque en algunos mapas y reseñas lo denominan puente romano, en realidad es del siglo XV ó XVI. El molino estaba activo en el XIX y fue entrando en decadencia poco a poco hasta cesar de trabajar. El puente es importante para la localidad, ya que esta está dividida por el río. Es de muy bella factura. Una niña del lugar al verme haciendo fotos me pregunto por qué las hacía. Le expliqué que eran por trabajo, pero que el puente era muy bonito. Me explico como acercarme a la orilla. Debí pedirle que posara, pero me dio vergüenza. Tampoco se si hubiera sido apropiado. Alguien que parecía su padre estaba a pocos pasos de ella. Podría haber pedido permiso, pero así como en campo abierto, lejos de todo, me vuelvo locuaz con el primero con el que me cruzo, en las poblaciones la timidez se adueña de mi. Debí bajar al lecho y fotografiar el Leza desde su eje. Debí fotografiar el río desde el puente. Pero comenzaba a pesarme el día, la niebla, la soledad, el frío. Más bien la ausencia de calor, de luz solar. No la vería en el resto de la jornada nada más que un momento, al ascender a la Sierra de Cameros camino del valle del Leza. Un cielo azul limpísimo y a mis pies ambos valles cubiertos por la niebla. El camino fue largo y llovió bastante. Pero no me quejo. Se viaja para poder retornar, para poner a prueba el vínculo con tu propio hogar, con la gente que forma el núcleo de tus afectos. Cada vez estoy más convencido.

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